Trabajar
con uno de los capos más temidos de Colombia, algo que nadie pondría en su
currículo profesional por más cierto que fuera, sin embargo, es algo que
algunos colombianos han vivido y que bajo el anonimato de las ciudades ha
permanecido oculto. Se han preguntado ¿Cuántas veces se han relacionado con
alguien que fue asesino a sueldo, narcotraficante, “lava perros”, “sapo”,
familiar, amigo, conocido de algún capo de la mafia? Posiblemente en este
momento lo están pensando, también es factible que piensen que, con ninguno,
sin embargo, piénsenlo dos veces.
Tener
un pasado relacionado con la mafia es algo que sin lugar a dudas marca la vida
de las personas. Colombia, por su historia violenta, manchada por el
narcotráfico y guerra entre carteles, es un ejemplo perfecto para mostrar a
estas personas. Como lo es el caso de nuestro invitado que, por motivos de seguridad,
cambiaremos su nombre por Rodrigo.
Rodrigo
nació en una familia numerosa. Desde pequeño, a pesar de que nunca le faltó
nada, soñaba con tener dinero, familia y llenarse de lujos. Cursó sus estudios
básicos hasta tercero de primaria y a partir de ese momento empezó a trabajar
en fincas. A Rodrigo no le gustaba estudiar, y después de trabajar unos años
decidió probar suerte en EEUU. El sueño americano parecía más lejano para él
conforme pasaban los años. No tenía un trabajo fijo, tampoco sabía inglés y
debía sostener a su familia, algo que se le dificultaba día a día. Sin embargo,
como cosas del destino, en uno de sus trabajos, vendiendo joyas, conoció al
“traqueto” que le cambió la vida.
En
una de las fiestas a las que fue llevado, por ser colombiano, lo invitaron a
formar parte de un grupo delincuencial dedicado a traficar drogas provenientes
de Colombia, más precisamente, del cartel de Medellín dirigido por Pablo
Escobar. La figura de “El Patrón” era sinónimo de riquezas, buena vida y de
lujos, algo que se le había hecho esquivo a Rodrigo toda su vida y que, gracias
a Pablo, estaba consiguiendo sin el mayor esfuerzo. Nuestro protagonista pasó
del infierno al cielo, como esas promesas que le hicieron a cientos de
colombianos y que hoy muchos no viven para contarla. En una sociedad como la
colombiana, en donde las oportunidades eran escasas, el narcotráfico era una de
las salidas principales y más si era de la mano del capo del cartel de
Medellín, una figura poderosa, querida y peligrosa.
Sin
embargo, después de 10 años en el negocio, la justicia americana apresó a
Rodrigo en su apartamento por tráfico de drogas. Todo lo que había construido
se desmoronó. Se comió su fortuna en abogados y en rebajas de condena, pagando
únicamente 10 años de prisión en EEUU y siendo deportado posteriormente a
Colombia.
Rodrigo
trabaja actualmente como conductor. Transporta a cientos de personas todos los
días, y bajo el anonimato de su volante, pasa desapercibido. Él habla de la
figura de Pablo Escobar en esa época, retrata la veneración que se le tenía al
capo del cartel de Medellín y lo contrasta con la mirada que ahora le tiene la
sociedad a “El Patrón”. Ahora las personas saben más sobre las andanzas de
Pablo y las rechazan, sin embargo, sigue siendo sinónimo de buena vida, riqueza
y lujos, un ideal que muchos desean alcanzar.
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